viernes, 1 de febrero de 2013

En cera

Este cuentito quedó publicado en Escala, sufrí con tan poco espacio.

Te paseas frente a mí, pero te escondes. Sacudes tu cabellera; tus ojos se me van. Miran pasivamente a otro lado, a la nada, a lo que sea. Los míos bailan un zapateado por las paredes, la pantalla, los huecos del teclado, el suelo; demasiado cerca de tus pies, de tus piernas blanquísimas… ¡atrás!
Conversas alegre, con una risita que duele porque no rebota en mí. Quisiera acercarme, inhalarte, para ver si eres capaz de salir de este cuerpo una vez entrando. Pero no puedo: estás prohibida.
Por ello te hice de cera. Invertí horas, inventé un talento que nunca tuve. Te tallé cuidadosamente, amorosamente, poco a poco, en toneladas de plastilina. Grabé exactamente cómo se arquea tu ceja mientras te miras absorta en el espejo. Tarde meses en captar la precisa intención de tus pequeños labios entreabiertos, la forma correcta en que tu mirada se despeña por tu agitado mundo interior, mientras pareces vernos.
¿Lo más difícil? Dibujar las fibras ensortijadas, vivas, que arden alrededor de tus venenosos ojos claros, pero aún más, esculpir lo que no puede verse. No me refiero, por supuesto, a la vulgar idea de desnudarte. Es ver toda la luz que absorbe tu piel, que sólo refleja el blanco más pálido, esa oscuridad que hace suya de forma invisible, lo que realmente queda en tu cuerpo.
Esculpo en mi modelo a tamaño real los remolinos de tu mente, tus deseos inconfesables, tus angustias sin causa, tu fragilidad que te vuelve una leona, tu voluntad de que todo sea como lo piensas. Capto una forma de llorar que no has vivido, una angustia que aún te queda guardada en el rostro. Cincelo una dicha que sólo imaginas porque no existe, pero que crees llegará con los años. Retrato el ángulo exacto de los dedos de tus pies al momento de inundarte un miedo que buscas con afán, cuando retas al mundo a sorprenderte, a aterrorizarte para saber que estás viva.
Termino, al fin, aprisionando el sonido de tu voz. Escojo el susurro grave, vibración voluptuosa que penetra por las sienes que vigila tus secretos. Lo que sigue es un molde, vaciado en cera casi transparente, aromas de fresas para fingirte un rubor. Dejo toda tu negrura por dentro.
En la noche adecuada te enciendo. Murmullo rimas tristes mientras te contemplo deformar, volverte aire caliente y luego humo. Te inhalo profundamente; estás dentro de mi, donde ahora perteneces. Pero me equivoco: no realicé una evocación, cometí una invocación (¿tomaste forma o simplemente entraste por la puerta, atraída por mi hechizo?). Me miras absorta, como de cera, hasta que comprendes lo que ha pasado. Sonríes con diabólica alegría, entreabres tus pequeños labios: “Por favor, hazlo otra vez”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario